Como sabe bem a seguir ao almoço...
Una anciana barría su casita, se encontró un centimito y se fue al bar a tomarse una cerveza.
-¿Adónde vas, abuela, con un centimito? Con eso no te doy ni los buenos días –le dijo el camarero.
-¡Válgame el señor!
Entró en un supermercado y cogió una tableta de chocolate blanco. Ella leyó “blando” y lo eligió porque tenía los dientes como la vista.
-¿Adónde vas, abuela, con un centimito? Con eso no te alcanza ni para los buenos días –le dijo la cajera.
-¡Válgame el señor!
Pasó por la puerta del cine y quiso entrar.
-¿Adónde va usted, abuela? ¡Circule, circule!
-¡Válgame el señor! –dijo la abuela-. Ni los buenos días...
-Buenos días –dijo la voz de un señor que se quitaba el sombrero.
En el sombrero echó la anciana el céntimo
-No es menester –dijo el anciano y se lo devolvió poniendo en la mano de ella su mano cálida-. ¿Quiere usted venir conmigo? –continuó.
-No, prefiero acompañarle -respondió ella. Y los ancianos y el centimito terminaron en un parque que tenía una fuente con dos patos y de espaldas lo lanzaron deseando estar juntos para siempre y lo lograron porque, aunque era solo un centimito, la vida que les quedaba era poca y les alcanzó.
Pablo Albo
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